El cine y la colonia

Cultura


Película Runner, Runner grabada en Puerto Rico Una de las funciones más relevantes de la cinematografía es que puede ser espejo de su país.Esta interpretación se basa en un concepto de identidad, de una realidad proyectada que el lente puede captar; subrayando un tiempo y un espacio. En el caso de Puerto Rico se da un fenómeno peculiar mejor descrito como: territorio no incorporado de los Estados Unidos.

En nuestro cine comercial (actualmente y desde hace muchos años ya) se pueden divisar varias preocupantes características que reflejamos en éste medio, como lo son: 1) cedemos ricos paisajes y escenarios a extranjeros (principalmente estadounidenses) para que rueden sus producciones en nuestro patio (que luego en sus universos evocados se convierten en Brasil, Colombia o algún lugar exótico). 2) El talento técnico local que vive en la isla, es empleado de manera temporera por dichas producciones en los aptamente denominados “guisos” como parte de una transacción.    3) Lo que confeccionamos como producto local para consumo local, con aspiraciones de exportación; parece estar dispuesto por encima de todo a la asimilación de las fórmulas de producción filmográfica estadounidense. Todas éstas características demuestran a Puerto Rico simplemente como tomando parte de algo más, y fuera de eso nada más. Al parecer damos un reflejo difuso e indeciso ante el espejo.

  

Claro, somos una colonia que ha soportado cinco siglos de dominación extranjera departe de dos potencias mundiales como lo fue España y como lo es Estados Unidos. Por lo tanto, este escenario trae consigo unas circunstancias jurídico-políticas muy particulares donde, en síntesis, se establece una dinámica interdependiente donde unos mandan y otros siguen. A su vez, esto abre paso a unos efectos que se manifiestan en lo más hondo de nuestra realidad como seres humanos. Por ejemplo, en la actualidad el pueblo puertorriqueño no se le permite votar por el Presidente de EE.UU. que, entre otras cosas, puede enviarles a servir, pelear y morir en sus guerras. Obviamente todo lo que suceda en el país conquistador tendrá repercusión en el colonizado y de esa manera somos gente sometida a una cultura impuesta: la cultura colonial. El mero hecho de que la Corporación de Cine de Puerto Rico constantemente ha optado por apoyar mayoritariamente proyectos estadounidenses (como Runner, Runner, Fast and Furious 5 y The Losers), forma parte de aquellos efectos que se manifiestan con el fruto de la relación conquistador/colonizado. Nuestra atención se centra en el modelo estadounidense porque estamos vinculados a ellos, porque esa es la información a la que estamos siendo expuestos a diario y desafortunadamente no se mira más allá.

En el ensayo Retrato del Colonizado, precedido por el retrato del colonizador Albert Memmi explica: “el primer intento del colonizado es cambiar de condición cambiando de piel. Encuentra un modelo tentador e inmediato: precisamente el del colonizador. Éste no sufre ninguna de sus carencias, tiene todos los derechos, goza de todos los bienes y se beneficia de todos los prestigios. Dispone de honores y riquezas, de la autoridad y la técnica. Es el otro término de la comparación, que aplasta al colonizado y le mantiene en la servidumbre. La primera ambición del colonizado será alcanzar ese modelo prestigioso y asemejársele hasta el punto de confundirse con él”.[1]

Estas palabras considero describen con exactitud un dilema que gran número de puertorriqueños atraviesa en la actualidad, sea de manera consciente o no. En el cine, podemos apreciar en el hecho que muchos de nuestros proyectos de ficción que ven la luz del día en salas de cine o por televisión como: ¡Qué joyitas!, Talento de barrio o Mi Verano con Amanda; siguen al pie de la letra el texto oficial de reglas para hacer películas creado por los estadounidenses. Se nota en los acercamientos y decisiones que toman en cuanto a teoría (pre-producción), práctica (producción) y hasta en la proyección (postproducción). Es como si las fantasías del colonizador también se convierten en las del colonizado y en vez de utilizar este medio para exponer su voz, sólo se escuchan las majaderías de un papagayo. Se sobreponen la cultura y valores coloniales a los nuestros.

Entonces: ¿cómo se demuestra la identidad cuando formas parte de una colonia? Es el deber de cada uno de nosotros poder diferenciar lo que al presente constituye la cultura colonial y la cultura que forjamos fruto de otra relación de la misma índole. Tenemos identidad propia y su máxima expresión se vio con el mejunje de sangres que consta el criollo puertorriqueño. En nuestra historia cinematográfica esa noción fue plasmada con el mayor éxito por la División de Educación a la Comunidad a mediados del siglo veinte, dejándonos un rico legado en su cuerpo de trabajo que incluye obras como Juan sin Seso, La Guardarraya y El gallo pelón que utilizaron el lente para servirle fielmente a su realidad proyectada. Si bien alguien ha representado esa realidad de puertorriqueñidad en nuestro séptimo arte en los últimos años lo han sido los documentalistas. Cintas como Seva Vive, Isla Chatarra y Las Carpetas que han dado la mejor cara de sí frente al espejo pues es la suya. Dado, el documental no es una corriente popular, sin embargo es justo lo que debemos patrocinar, puesto que generalmente representa lo más alto en calidad y de suma constancia que se produce hoy por hoy en la Isla. Así que no sólo somos parte de algo y nada más, sino que ya somos algo, pero ese algo aún no ha sido definido oficialmente. Este es el núcleo de nuestra disyuntiva, más vieja que el frío y que tanto asemeja a David contra Goliat. Mientras tanto, en lo que continúa la indecisión y el forcejeo de cómo finalmente presentarnos ante el espejo; démosle gracias a aquellos comprometidos en hacer cine puramente puertorriqueño, contra la corriente y a sangre fría. A ustedes, como proclamó una vez Juan Antonio Corretjer: “¡Alabanza!, ¡alabanza!”.


Edición EDICUSA. Jarama, 19 – Madrid-2 – 1971. Traducido por Carlos Rodríguez Sanz. [1]