La calle como lugar de encuentro

Cultura

altMe pregunto cómo se edifica la cercanía cotidiana entre los seres que apenas se conocen. Cómo se levanta una aproximación que a la vez delimita unas fronteras que aparentemente no pueden traspasarse. Y cómo o qué decidiría el quebranto de la distancia.

Pudiera apresurarse a decir que es cuestión de la tan proclamada química, una suerte de estándar medidor y magnético que genera el acercamiento hacia otros. Pero si dicha inmediación se produce a partir del acto simbólico de uno que ofrece la proximidad sin una referencia anterior, ¿qué se construye en tal caso y, por ende, qué lo causa?

Hace poco un joven se paseaba por una avenida concurrida de Santurce con un cartel sobre el pecho que leía: “free hugs”. Y otro con más edad que el primero y mientras esperaba por un café, salió del establecimiento para llevar algún tipo de bizcocho a un hombre sentado en la acera y que duerme en esa calle. Silenciosos ambos otorgaban un espacio de encuentro con la otredad, uno en espera de, el segundo ejerciendo la contigüidad en un instante, aceptando seguramente un “gracias”.

El porqué habrán ambos dispuesto y cada uno a su manera motivar la confluencia quizás con una desproporcionada o nula retroalimentación (me gustaría saber, por ejemplo, cuántos recibieron sus abrazos) podría deberse sin duda a virtudes como la benevolencia. No obstante, se me antoja sumar una necesidad innata de todos por la experiencia recíproca que provoca que desconocidos entablen relaciones esporádicas con tal significado de compromiso humano y claro, social. Hay un genuino interés en ser parte de algo mayor, de cierta trascendencia, de algún valor supremo que conforme una unidad con nuestros pares o (dis)pares.

Ciertamente, el ajetreo y la prisa habituales ni siquiera permiten en ocasiones la cercanía real con los que nos son conocidos, entonces parecería difícil concertar el encuentro con los que no conocemos. Sin embargo, es la misma cotidianidad, ese verse día a día, la que genera la dinámica de reciprocidad donde se da esta clase de entrega.

Confieso que me vi tentada a abandonar mi lugar en la librería para ir por mi abrazo, pero no me atreví. Creo que persiste la duda, el temor; tal vez en tiempos en que nos condicionamos sobre la negatividad de todo y en todo se hace complicado bajar las defensas y permitirnos la libertad en relacionarnos buenamente.

Pero más y más la cultura de la calle parece decantarse por el camino del encuentro. Y es que ahí reside nuestra supervivencia, la magnanimidad.

Crédito foto: Joris Louwes, www.flickr.com