Eso no se dice

Cultura

alt¿Será que existe un miedo a la palabra, una especie de tabú hacia la letra? Polémicas sobre libros educativos y sus contenidos han existido antes y ahora retorna con la retirada del texto acerca del tema de sexualidad dirigido a maestros de escuelas públicas. Alguien encendió una alarma de terror que pudo asomarse desde el título. Así, se generó una desconfianza inmediata con el conocido resultado.

Es inevitable regresar a los cuestionamientos y preguntarse si en la Isla hay cierta hipocresía cuando de sexo se trata. Se utilizan eufemismos, rodeos, para evitar pronunciar palabras llamadas indecorosas, ofensivas al pudor, unas que son malas como si pudiera atribuírseles virtudes y defectos a los símbolos gráficos. E irónicamente hay una propensión descarada al uso de figuras literarias para dejar de nombrar las cosas como son.

De esta manera, se continúa relegando a la educación a un conservadurismo mal entendido y nefasto que propicia su reverso: conocimientos distorsionados que se suman a las tergiversaciones que sobre el asunto sexual aparecen en los medios de comunicación sin restricción y quizás a la ausencia de una saludable educación sexual en los hogares. A su vez, se crea una atmósfera de malicia y demonización hacia el vocabulario y claro, comenzamos a renegar del diccionario.

Entonces, materia y conceptos se transforman en dioses relegados del Olimpo por la afrenta de su subversión. Y la palabra, una especie de utópico paraíso sin mácula que debe portarse bien. Vamos desterrando términos (no pueden desligarse vocablos y contenido) y con ellos nuestra propia historia social. Abjuramos en público lo que en privado no nos avergonzamos a proferir.

Inevitablemente, se da una inconsistencia entre lo que nos atrevemos a expresar en los diversos ámbitos de nuestras vidas; contando por supuesto que cada cosa tiene su lugar, es curioso que le otorguemos maldad a asuntos que no lo tienen y que son connaturales al ser humano.

Cuando empecemos a apreciar nuestro vasto idioma con todas sus cadencias y ritmos, cuando veamos buenos propósitos en lo que lo tiene y cuando verdaderamente sea colectiva la conciencia sobre la educación como conocimiento sin ambages, podrá tenerse una democratización del lenguaje en el sentido de que no sean unos pocos los que asuman o definan la moralidad del mismo y un entendimiento claro de nuestra esencia y compromiso como parte de una sociedad.

Mientras se vea al idioma como un monstruo amenazante que hay que amansar antes de la desgracia, estaremos boicoteando nuestra propia capacidad de comunicarnos de manera sana y provechosa. Preferir un pueblo ignorante es despojarlo de su sabia capacidad de decisión. No hay buenas o malas palabras; hay buenas o malas intenciones.

Crédito foto: Alisha Vargas, www.flickr.com, bajo licencia de Creative Commons