Tratando de ver a las fiestas de San Sebastián con algo de cordura

Justicia Social

Las fiestas de San Sebastián, en su versión moderna puertorriqueña, comenzaron hace 44 años con una celebración en una parte del Viejo San Juan. Específicamente, eran fiestas de un vecindario, idea de unas personas que tenían mucho que ver con esta parte antigua de la ciudad. Entre ellas, una residente de la Calle San Sebastián, doña Rafaela Valladares, quien tuvo la iniciativa junto a otros residentes de organizar un evento alrededor de la histórica calle. Valladares estaba siguiendo una sugerencia del antropólogo Ricardo Alegría, cuyo nombre es casi sinónimo con la vieja parte de San Juan y con la cultura puertorriqueña.

Tuvieron las fiestas sus matices religiosos, algo olvidados hoy en día en el mar de alcohol y la algarabía que se forma en el casco del Viejo San Juan. Las fiestas son también una ocasión para que artesanos muestren sus creaciones y mercancía. Estas tienen sus detalles como los “cabezudos”, una procesión de gente disfrazadas con enormes caretas de personajes populares del Viejo San Juan. Hay también música y comida, mucha música y comida. Mientras avanza el día —el evento dura cuatro— gente generalmente más joven se apodera de las calles. A través de los años ha habido sus reyertas, sus botellas volando, y el año pasado, por primera vez, hubo un asesinato en plena calle. El evento agrió lo que había sido una versión de las fiestas sin grandes calamidades.

Aparentemente, con esto en mente, se creó un plan elaborado por el Municipio de San Juan que incluía “amurallar” o más bien enjaular la ciudad vieja con verjas de alambre y designar unos puntos de entrada donde los transeúntes serían registrados o sujetos a cateos físicos para velar que no trajesen, entre otras cosas, armas de ningún tipo, y mucho menos alcohol (la idea después de todo, es que lo compren en los negocios del Viejo San Juan). Cuando estas medidas se anunciaron comenzaron las complicaciones. Las verjas (no eran, como se rumoraba, de púa) se veían horrorosas y fueron sustituidas por vallas de tránsito.

El jueves, los cateos o registros se desautorizaron pendiente una decisión final por una jueza tras una impugnación legal de la práctica por la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés). La alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz Soto, dijo que acataría la orden, pero que el interés del municipio era proveer la mayor seguridad posible. Los que conocen el derecho puertorriqueño y norteamericano saben de las dificultades de instituir cateos en las vías públicas. Esto se ha hecho en las pasadas dos celebraciones de las Justas interuniversitarias en la ciudad de Ponce, pero nadie hasta ahora había tratado de impugnar la práctica en eventos en masa en las calles públicas. Reconozco que se trata de proteger a la gente que acude, pero no se nos puede ir la mano. Aparte de problema legal de invadir la intimidad personal mediante un registro físico sin que medien motivos fundados, la logística de llevar a cabo esto es casi imposible. Para colmo, mucha de la seguridad va a ser provista por una compañía privada. Se estima que el año pasado, en los cuatro días de duración, acudieron 500,000 personas al Viejo San Juan. Nada en contra del evento, que escasamente toma en consideración a los residentes del casco, pero la mera conglomeración de tanta gente en tan antigua infraestructura me preocupa.

Mientras tanto, los puertorriqueños, en medio de tanta polémica, han logrado inyectarle humor a la situación: las verjas de Carmen Yulín son “el muro de Berlín” y el Viejo San Juan, “Yulingrado”.

Foto publicada por Roberto Ortiz Feliciano en Facebook