Vengo a la ciudad de San Cristóbal, en el estado de Chiapas, México, a encontrarme con los proyectos comunitarios, los cuales de una forma u otra fueron impulsados en los pasados 20 años por el movimiento popular campesino de los zapatistas. Me encuentro con un mundo en paralelo, como un avatar campesino-comunitario, que ha establecido formas de gobernabilidad en paralelo al estado mexicano, y que ha profundizado en su lógica de autonomismo regional de una manera impresionante.
De esta forma, me encuentro en una sesión de trabajo con el Dr. Raymundo Sánchez, uno de los ideólogos intelectuales de dicho movimiento y gestor de la Universidad de la Tierra, un centro educativo para los jóvenes de las comunidades rurales de Chiapas. Es este el que explica de forma conceptual el proyecto zapatista de alcanzar el poder desde la autonomía sin intentar tomar el poder del Estado. Para ellos esto es lo que les ha permitido crear una cultura de libertad, de poca o ninguna injerencia del Estado y, sobre todo, poder afirmar una identidad y cultura maya-indígena que les ha permitido agruparse política, social y militarmente.
Es interesante, ya que los zapatistas desde el año 1994, cuando intentaron tomar el poder de cinco pueblos de Chiapas, han evolucionado en la cultura de resistencia y de lucha, al punto que hoy han asumido una cultura contestataria a la cual no le interesa aspirar a reproducir el Estado dentro del Estado mismo. Es decir, ellos no se ven como un partido político que desea ganar unas elecciones y así gobernar. Por el contrario, ellos se ven como una fuerza política en el estado de Chiapas, mediante la cual pueden crear formas de vida paralela a la cual no entra el Estado, y ellos lo buscan poco. Los zapatistas crearon una cultura alterna que no aspira al Estado, pero que gobierna sobre la población.
Que cada cual determine y aspire a lo que quiera. Lo que yo he visto me ha impresionado. Todo corre aquí en paralelo.
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