Capital Salsófila

Cultura

Este el primero de dos artículos sobre la Salsa en Lima, Perú. 

El Callao y San Juan son puertos, pero también son mucho más que eso: son islas --metafórica una, física la otra-- que han desarrollado una interesante relación cultural-musical pocas veces explorada en la historiografía oficial. “La salsa entró por el Callao gracias a su puerto estratégico: atracaban buques de la Gran Flota Colombiana y los marinos llegaban con sus discos de música tropical”, me cuenta el periodista y amigo Martín Gómez Valdivieso cuando le pregunto sobre los pasos perdidos --un, dos, tres... cinco, seis, siete-- de la salsa en el Perú. En ese génesis, Lucho Rospigliosi, enrumbando al son de esas notas ideó abrir el primer bar dedicado exclusivamente a la música dura tropical. “En 1955 abre El Sabroso, de Lucho” prosigue Martín, quien escribe sobre salsa para el primer periódico del Perú, El Comercio, y ha visitado Puerto Rico en múltiples ocasiones, “mientras toda Lima solo podía escuchar este tipo de música por la radio, en El Sabroso la podías escuchar de los discos”. Y al ver como la sabrosura invadía las coyunturas de limeños y chalacos, Lucho siguió procurando más y más discos, hasta convertirse en la leyenda que fue por varios años y que aún perdura en la memoria de los salseros de verdad.

La sonoridad apabullante que le pone ritmo a la vida de muchos limeños y chalacos es la tropical, la caribeña hispana, para específicamente clasificarla en su género y tipo, y que resulta que es casi la misma música que se escucha en Borinquen. Y es, por ese género, que la vida se les va a los aficionados de ambas orillas --a los Salseros de Acero de aquí y a los cocolos de allá-- de esta grandiosa isla trasandina-caribeña que es la salsa.

El cronista limeño --surquillano, aclararía él-- Eloy Jáuregui acertadamente llamó a la salsa un género, para contraponerse ante las críticas del establishment que en su momento trató de despachar a la salsa como una simple moda pasajera. Pero la salsa es algo que define el día a día de una ecléctica comunidad de personajes, de una familia más bien, que hacen de estos ritmos, en esta capital de casi 10 millones de habitantes, un estilo de vida. Una manera de agarrarse al amor, al vacilón, a las penas y al deseo. Un armazón para ponerle ganas, impulso y feeling a los grises días limeños.

Video de la salsa en Lima

Entre esta familia, que ha sentido a la salsa como suya, destaca el gran amigo oriundo del Callao, Dante Corrales Guillén, alias “Salsófilo”, quien, como los Boricuas en Lima, ha abierto una embajada chalaca en el mismo corazón de San Martín de Porres, un popular y populoso distrito limeño, donde la salsa también camina con paso seguro por cada esquina.

Salsófilo organiza los conocidísimos “Días de Confraternización Salsera” en su propia casa, que para dichos eventos la adecúa como salsódromo y parrilla “salsabrosa” para deleitar a los invitados quienes, luego de tanto baile, es cuerpo les pide, carne, carne. De más está decir que Salsófilo siempre tiene una mesa reservada para la delegación boricua. Usualmente la misma la ocupa el Excmo. Embajador Arq. Irvine Torres Pagán, un boricua radicado en Lima desde hace más de tres años y quien lidera un taller de arquitectura en San Isidro. Irvine o el “Macaracachimba” como es conocido dentro de la Embajada, es el hombre contacto para la movida underground salsera: desde reuniones de coleccionistas de vinilo (#unsaludito a nuestra querida hermana Angelina Medina, una joven y extraordinaria coleccionista y conocedora del género) donde, tanto jóvenes como mayores, disertan sobre la historia de nuestra música, pasando por festivales en Huacho, al norte de Lima, (“Salchicha con huevos”, es su eslogan, gracias al popular embutido que allí elaboran y que en todos lados comen de desayuno), hasta salsódromos improvisados en gimnasios (vaya un abrazo a Giuliano y la Masacre Jam), marquesinas en San Martín de Porres y negocios que solo abren a ciertas horas y días, y que para entrar y salir requiere del apoyo logístico de la seguridad de la Embajada, sin mencionar a los contactos internos debidos para lograr la salida en una sola pieza.


El Macaracachimba ha visto y bailado de todo en esta subcultura, muchas veces en compañía de los otros miembros de la delegación: el fotógrafo Sebastián “Niño Símbolo” Castillo, y el chef --ya afincado en tierras australianas por razones laborales-- Abel “P.C.” Mendoza. Irvine es también el genio detrás del video que acompaña esta nota y Sebastián, el autor de muchas fotos que han documentado la movida salsera en Lima.

Los tres --más este servidor que escribe-- hemos experimentado el poder de nuestra cultura lejos de Puerto Rico. Nuestro país es un referente musical y un ideal estético en cuanto a la música y estilo se trata. En los escenarios nuestros hermanos peruanos hacen el show completo: gesticulan, hablan y le meten la nota de lo que para ellos es ser boricua. Si bien a veces el acento boricua da paso a una leve mofa por parte del peruano, poco se habla cuando son los mismos peruanos que quieren imitar nuestra forma de hablar para sentirse más cerca al Caribe y sus adorados músicos. ¿Quién dijo que para ser boricua hay que nacer en Borikén na’ más?

Hace dos años, los Boricuas en Lima asistimos a un homenaje al gran trompetista Tommy Olivencia en el paseo miraflorino conocido como la Calle de las Pizzas. ¿Los organizadores? La Asociación de Coleccionistas de Discos de Salsa del Perú (ASOCOSALSA). Al empezar el homenaje, nos invitaron a subir al escenario por el mero hecho de ser puertorriqueños. En aquel momento, P.C. aún no había llegado al Perú, pero sí se encontraba entre nosotros el trompetista borincano Wilson Torres. Wilson era una estrella en la escena dura de la salsa limeña. De edad indescifrable (rondaría los cincuentilargos años), a él se le acercaban para contarle lo último de los clubes de salsa, de trabajitos por aquí y por allá, y quién sabe, para también buscar consejo en la música y en el amor. O por lo menos eso parecía, porque Wilson ejercía una especie de sacerdocio de la rumba y la penitencia que buscaban sus allegados era estar cerca de alguien como él. Y es que no era para menos: la iglesia de Wilson era la salsa y él, el representante del gran Héctor Lavoe. Esta equiparación viene del hecho que, en sus años de músico profesional, Torres tocó en una ocasión con el Cantante de los Cantantes y, después, con Ray Barreto, a quien acompañó en una de sus giras al viejo continente.