Capital Salsófila (pt.2)

Cultura

Este es el segundo dos de dos artículos sobre la salsa en Lima, Perú. El primero puedes encontrarlo en el siguiente link

Conocimos a Wilson luego de sus años de gloria, pero aún esos destellos de fama seguían dándole una posición estimable en el movimiento salsero local. Sebastián, el fotógrafo, comenzó a documentar su vida que, lamentablemente, no dejaba de ser difícil para no decir trágica: a pesar de su alta estatura, Wilson estaba enfermo, con escasos recursos y lejos de su familia que radicaba en los EE.UU. Anhelaba poder regresar para verla y descansar de todas la complicaciones que lo habían hecho llegar hasta el Perú y de las que nunca quiso proveer luces al respecto.

Una de estas salidas salseras organizadas por el Macaracachimba llevó a los tres boricuas y a un cuarto que estaba de visita en Lima a los Barracones del Callao: a las trastiendas de los muelles del puerto más importante del Pacífico Sur. El lugar, conocido por todo menos por su amabilidad, era la referncia de un spot salsero al que los amigos fueron para encontrar una salsa de barrio de verdad, de barrio chalaco. Y escribo ‘salsa’ con la intención de que todos sus más diversos significados afloren en la mente del lector e incluya todas las metáforas que puedan existir. Allí, el baile es solo la excusa para la tregua a la violencia que impera en estas esquinas de la Provincia Constitucional del Callao.

Era un domingo en la noche y cuatro boricuas llegan en tropel con los taxistas, valientes conocedores de la zona. Cuatro que entran sin saber como la noche acabaría. Una vez adentro, hacia la derecha una mesa de travestis, y hacia la izquierda, marinos afilados en las calles y Lurigancho, el penal más infame de Lima. Al fondo, como no, la orquesta amenizando y sobre la pista improvisada las parejas entrelazadas al ritmo caliente de una salsa de Tito Nieves. Le piden las cervezas de rigor gracias a la mediación del peruano que los invitó hasta este precipicio de perdiciones. ¡Salud, salud! Toman el frío líquido mientras, algo nerviosos observan y no dejan de hacer ambas cosas porque no es secreto que la tribu que los rodea son muy difíciles de interpretar.

La noche se fue complicando in crescendo. Todo comenzó a deshacerse cuando una señora no le quitaba los ojos de encima al pedazo de carne que era nuestro chef: no cesaba en sus intentos de sacarle un bailotón, a pesar del chulo tatuado que la acompañaba, oriundo de los Barracones. El triángulo de miradas se concretó en un duelo al que P.C. no pudo renunciar. Le dijo que sí, “vamo’ allá” y ambos se convirtieron en sedientas fieras musicales sobre la pista: un golpe a la tribuna chalaca. Luego, el boricua la pasea de lado a lado, doble vuelta, le acaricia la cintura, un, dos tres... cinco seis siete y cambio de lao, y el sudor le marca la camisa y la señora se siente en Cuba, en San Juan, en el Caribe, en todos lados menos en el Callao. Pero los demás boricuas saben que la noche puede acabar instantáneamente. Y mal. Pero no tan mal como en realidad ocurrió. La presión ya se escuchaba en las voces de las mesas reclamando por los intrusos, por los cubanos (en ciertos sectores, todo el Caribe es equivalente a Cuba).

La salida es negociada no tanto por el conato de bronca, sino porque, a raíz de tanta cerveza, el hambre apremiaba y afuera estaban esperando a P.C., dos comiéndose unos anticuchos y el otro desesperado por ir al baño. Si en México la venganza es de Monctezuma, prepárense que en tierra incaica, Pachacútec es el que te destroza las tripas. Sí hay baño, dice el desesperado, pero no hay puerta, no hay papel. Mejor intento arrojar: y ante el primer puje la truculencia de la gastronomía peruana salió por donde originalmente tenía que salir. Alerta roja. ¡No! Alerta marrón y un taxista que no cobrara extra por estas emergencias.

Para entonces, Sebastián ya me había llamado para darme noticias de Wilson: “Lucho, Wilson se va mañana a Estados Unidos”. No pudo acabar su proyecto fotográfico que había consistido en seguir al buen trompetista en su rutina diaria. El Niño Símbolo salía de Miraflores en bicicleta hasta el gimnasio que en las noches Giulianno transformaba en un antro de salsómanos. En este lugar, vivía Wilson. Sebastián le tomó fotos lavándose los dientes en el lavadero de ropa que quedaba en una parte de la azotea y ejercitándose “de gratis” en las máquinas que venían incluidas con el inmueble. Al rato salían a buscar el desayuno a una de las carretillas que pululan los barrios más humildes de la capital: Wilson se tomaba su emoliente (brebaje tonificante preparado con diversas hierbas, cereales y semillas) y comía un pan con palta o huevo. También hay fotos que documentan estos instantes, sin olvidar claro, sus inseparables compañeras: la trompeta y la monoestrellada. “Tampoco pudiste entrevistarlo”, añade Sebastián, un poco apesadumbrado. “Ya habrá oportunidad para escribir de él”, me acuerdo que le repuse.

Donde inicialmente nosotros y la comunidad salsera limeña lo empezó a extrañar fue en las presentaciones que los miércoles hacía el Conjunto Metiendo Mano en el Pub Cubano de la Calle San Martín en Miraflores. Esta agrupación, dirigida por su vocalista, Giovanni Castillejo, era la que contrataba los servicios de Wilson. Metiendo Mano es aún una orquesta bien rumbera que le somete con todo a los grandes éxitos de la salsa gorda. Wilson arreciaba y le infundía su melodiosa trompeta para hacer gozar a los danzantes de un lado a otro, bajo las luces del Pub.

Con Jerry Rivera de jurado en un nuevo reality show peruano, lo caribeño y boricua cada vez más es más accesible en Lima. Nuestros artistas, y no tan solo del género salsa, sino raperos y reguetoneros, consideran al Perú como una plaza fuerte para sus respectivas carreras. Inclusive, el accionista principal de uno de los parques de diversiones inaugurados este verano es un boricua, parte de un conglomerado que se dedica a traer artistas caribeños al Perú. El momento de Puerto Rico en el Perú pareciera que es ahora y el de los músicos es, definitivamente, siempre.

Lima es una ciudad iracunda y “bellaca” como me comentó el escritor Emilio del Carril cuando fue invitado a la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL-Lima). El año pasado, la Isla fue el país homenajeado y por más de dos semanas se celebraron las letras, música y cultura puertorriqueñas. Eduardo Lalo, recién había recibido el Rómulo Gallegos y lo boricua estaba de moda. En el marco de la FIL pudimos organizar un foro sobre la salsa boricua en el Perú, donde contamos con un panel de lujo compuesto por Martín Gómez y el cronista de cronistas del Perú, el maestro Eloy Jáuregui, autor del libro Pa’ Bravo Yo que nos guía por el mapa de una Lima seducida entre los ritmos tórridos cubanos y puertorros. En librerías está agotado, pero tuve la suerte de que Irvine lo había comprado hace ya algunos años (no por nada es el Embajador Macaracachimba) y me lo prestó semanas antes de nuestra conferencia con Eloy. La conferencia fue, como se dice, un palo, en la que la sala de actividades del pabellón de Puerto Rico estuvo repleto de curiosos, músicos y conocedores de la salsa. Los presentes pudieron apreciar, no solo el verbo contagioso de Eloy y los datos de la salsa underground provistos por Martín, sino  las fotos tomadas por Sebastián a lo largo de sus escapadas con el resto de los amigos boricuas por los rincones viejos de la Lima salsera.

La FIL-Lima terminó en agosto. A principios de noviembre, Sebastián me llama una noche y me suelta: “Loco, Wilson, murió”. Se había enterado por Facebook y si bien todos conocíamos que estaba delicado de salud, no pensábamos que se iba a ir tan rápido. Se fue dos veces pensé y nunca lo pude entrevistar a fondo, nunca va a salir la crónica de Wilson con las fotos de Sebastián. Martín, al enterarse, expresó algo similar en nuestra página de Facebook, cuando le rendimos a nuestro amigo su merecido homenaje. Martín escribió: “Hace unos meses le pregunté al trompetista boricua Wilson Torres por su larga estadía en Perú. ‘Estoy aquí por algo…’, me respondió. Luego, hablando de música, enfatizó: “se debe leer la partitura, pero también hay que ponerle sabor y sentimiento. Frasear es todo un lenguaje”. Fue una charla de treinta minutos aproximadamente, en El Comercio. Wilson no regresará más para terminar la segunda parte de la entrevista. Buen viaje, maestro”.

Como en Puerto Rico, nuestros hermanos salseros del Perú saben que para Wilson el soneó no terminó aquí. Solo alcanzamos a imaginar --y a salivar-- el tremendo rumbón que se tocó allá arriba cuando Lavoe y Barreto recibieron por todo lo alto al trompetista de acero que fue Wilson Torres, un hito por siempre recordado en el corazón de los salsófilos peruanos.