Breves en la cartografía cultural: Cuando me tenga que despedir definitivamente de esta Ciudad

Cultura


El día que me despida definitivamente de este Ciudad, lo haré con algunos versos de Cielo vivo, de Federico García Lorca. Y es que Poeta en Nueva York, ese poemario sinuoso del escritor granadino ha emblematizado como ningún otro la experiencia errante del artista dentro de la Torre de Babel.

Con su ritmo eterno, vertiginoso, incluso beligerante. Entre bocanadas de oxígeno musical cuando las estaciones de trenes, a destiempo, se congestionan, la Ciudad de Nueva York se afirma y reafirma entre la diversidad cultural y la continua invitación a la sospecha, en un marco de gigantescos cementerios que atraviesan condados como si fueran parte endémica del paisaje urbano.

Y entre las opulentas avenidas de Manhattan, esas que gravitan Times Square o Wall Street se acentúa la metáfora de una Megápolis sin par, que tras la estela de mármol oculta un gentío andante, peregrino, de homeless entumecidos; ecuación cualquiera que varía en viajeros solitarios, aventurosas parejas, y familias con niños trasnochados; o multitudes al amparo de salarios extremos que bifurcan su precaria existencia en dos o tres trabajos y apenas tienen para rentar un cuarto.

Queda mucho por decir: sobre paradisíacos parques, innumerables tatuajes en cuerpos femeninos; una ópera de reclamos al vacío, en vagones fantasmales mientras pierdo la mirada en el iPad o escucho las múltiples fisuras del Smartphone infinito.

Cuando me tenga que despedir definitivamente de esta Ciudad, recitaré, como síntesis, algunos versos de Cielo Vivo: Yo no podré quejarme/ si no encontré lo que buscaba; / pero me iré al primer paisaje de humedades y latidos/ para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría/ cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.