El duelo repetido de una isla.

Cultura

 

La actriz puertorriqueña Kairiana Núñez Santaliz presentó la pieza Elogio a Estrella, una elegía, durante el viernes 14 y sábado, 15 de febrero- cada día en doble función- en la Casa de Cultura Ruth Hernández Torres, en el centro urbano de Río Piedras.

"Como dice El guayabero, filósofo popular: Oiga, la vida es un pasaje de ida a la eternidad”

Frank delgado


“Es la vida un tren expreso, que recorre leguas miles. El tiempo son los raíles, y el tren no tiene regreso".

Faustino Oramas, El guayabero

"Fuiste mi consolador en todos los momentos difíciles. En momentos de llanto secaste mis lágrimas. Jugabas conmigo y me acariciabas con tus patitas. Por eso eres, fuiste y siempre serás especial para mí".


Recordatorio del funeral de Brownie.

La “repetición de la isla”[1], esa manera en que podríamos ser uno en lo diverso, nos hace cuestionadores eternos de tal certitud; vivimos en el ejercicio de alinearnos o desalinearnos en torno a la posibilidad de cultura compartida. Todo depende de la ocasión, el acompañamiento, o el punto que queramos demostrar: por ejemplo, he escuchado a más de un puertorriqueño acogerse a la idea de hermandad con Cuba, pero si Haití sale a relucir entonces la vocación caribeña merma. Lo mismo sucede con cubanos que expresan una particular miopía geográfica, y arman sus mapas mediante una triangulación bien chula, que salta de la isla grande a Borinquén, y de ésta a un Miami que corona su linaje de privilegiados en cuanto a estatus norteamericano. No generalizo, sino apunto ciertos procederes que también deben ser considerados como resultantes de historias comunes, parecidas migraciones, cercanas marcas identitarias. Hemos resistido similares procesos de violencia e inestabilidad y, “de cierta manera”[2] , esa relación que establecemos con el hecho de “estirar la pata”, “cantar el manisero”, o como queramos llamarle al paso que nos lleva a ocupar nuestra “última morada”, es uno de los paralelismos mejor definidos. Desde nuestras respectivas singularidades, la muerte es una presencia “vivible”. No como la apoteósica expresividad mexicana y su necesidad de incumbir el ámbito de los difuntos. Nosotros vamos a toda máquina en el tren de la vida, como diría El guayabero, y tratando de ganarle la carrera a “la Pelona” durante el mayor tiempo posible.

Otro importante trovador ha afirmado que la existencia “es como un segundo, de un gran acontecimiento”[3]; entonces, por qué gastar ese poco tiempo en duelos y lágrimas. ¿No sería mejor, como buenos caribeños estereotípicos, obnubilar la certeza de que también vamos a “colgar los tenis”, “guardar el carro”, “ponernos la pijama de madera”? Podríamos escoger “reír, gozar, vivir la vida, la, la, la, lá”[4]; pero el llamado de nuestro natural-morboso nos hace acudir a la convocatoria de Kairiana Núñez Santaliz y su Elogio a Estrella, una elegía. Quizás la cercanía de la muerte sea la celebración en sí misma: sin dudas experimentamos la consolación cristiana y festiva de El Velorio[5]; definitivamente, nos tienta exorcizar la posibilidad nefasta -especie de catarsis griega- atestiguando que es otro el que “se fue”. Dado el caso, nada nos cuesta acompañar a la actriz en este terrible momento.

Amigos, enemigos, desconocidos y chismosos, se reunieron en la Casa de Cultura Ruth Hernández Torres, dispuestos a ofrecer sus condolencias. El ambiente de los bajos, en la casona, rebosaba entre las flores blancas, amarillas y los bolerones que amenizaban la espera. Una chica enlutada era la responsable de hacer la lista y conducir a los visitantes hacia el estrato superior, donde la doliente aguardaba para comenzar el homenaje. Ya arriba, Kairiana Núñez Santaliz recibía los pésames de cada uno. Inconsolable, contaba con la ayuda de unos cuantos allegados -como Pepe Álvarez- quienes, acompañandola en el sentimiento, iban organizando el auditorio.

El segundo piso de la Casa Ruth, entre otras facilidades, cuenta con un tabloncillo capaz de acoger unas ochenta personas. Las sillas, dispuestas a modo de teatro arena, acomodaban el público de este baquiné modesto: sólo con una mesita, su butaca, el banquito para acceder a un micrófono, y otra hilera de asientos para el coro ceremonial. Todo ello, iluminado por unos focos dispuestos de manera correcta para cumplir su cometido. Nada de más. Sobriedad fundamental que permitiría la relación directa, sin cortapisas, de la actriz-doliente y los espectadores.

No sabemos si a causa de la magnitud del sufrimiento, pero en este caso no se cumple la máxima de Jardiel Poncela: “La muerte tiene una sola cosa agradable: las viudas”. Porque nos encontramos una mujer asolada, un puro luto refugiado en la incoherente filosofía que versa entre abuelas, vaginas y el sentido último de todas las cosas. Es una hembra con hambre de ese ser que ya no está, seguramente porque “cuando eres consciente de la muerte, acabas asumiendo tu propia soledad”. Y uso las frases de Poncela y Rosa Regás para estar a tono con el estatuto poético del texto de Rojo Robles y Cristina Pérez Díaz. Un discurso entre cursi y profundamente desgarrador; absurdo por momentos y dispuesto a la subversión, la risa que se nos escapa ante todo lo solemne.

Estrella es la justificación para hablarnos del desamparo y las distintas posibilidades del amor: ¡cuántos espectadores poco informados pensaron que la difunta era otra chica! Que podía haberlo sido, pero eso no interesa, porque lo importante es el sentimiento en su máxima expresión, el derecho a no vivir según convencionalismos, ya sean los del matrimonio o los de la teoría musical. Lo fundamental es querer tan profundamente algo, que le dé cauce a la vida. Los ejemplos abundan, no importa el contexto político o el rumbo de la economía: en Cuba conocí una señora que le daba el pollo a su perrita mientras la sobrina y su novia -vivían las tres juntas- muchas veces se quedaban sin comer. Ya, en Miami, me topé con otra alma buena que odiaba a todas y todos, siempre que caminaran con dos piernas, pero en su casa tenía varios cachorros. Entre ellos, uno accidentado, al que le faltaba un ojo y la pata trasera izquierda, más otra sata de lo más simpática, que de vez en cuando mordía a algún vecino.

Con esos corazones sublimes emula el de nuestra protagonista. Llora a su can, su mascota, con la dignidad que ameritan los grandes amores: es un luto nacional, que se cuela en los intersticios de la casa dejando entrever las tensiones familiares[6]. Pero esa “ansiedad terrorífica de lo doméstico/isleño”[7] excede la discusión de género, sexualidad y raza. La supuesta ridiculez del homenaje -con perdón del fiel Brownie- adquiere doble sentido frente al panorama político-económico puertorriqueño. Nunca mejor expresado que por el aserto brechtiano, el adiós a Estrella nos demuestra cómo: “la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer”. En ese limbo se sitúa Kairiana Núñez Santaliz, para involucrarnos en un performance- exorcismo, baquiné-ajuste de cuentas. Vendría a ser una especie de acto de sanación: ¿quién no tiene facturas por saldar, capítulos que concluir, historias irresueltas? De ahí nuestras esquizofrenias patrias, según Matías Montes Huidobro, otro paralelismo de la isla que se repite.

El homenaje se va transformando en un ámbito paródico, juguetón. Como espectadores, debemos estar alerta, dispuestos para la lectura de sus entrelíneas, porque -otra vez con Brecht- "el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”. Por eso el regodeo en la ambigüedad: la celebración de un duelo bien puede hacer referencia al acto de llorar una pérdida o al enfrentamiento entre dos personas a manera de combate. ¿De esto se trata la “heteroglosia viva”[8] propuesta por Bajtín? La parodia del proceso fúnebre nos lleva a confrontar la pena, sea cual sea, porque encarar el problema es la única forma de superarlo. Carrasco, por ejemplo, anunció que tras el funeral de su querido perro Brownie inauguraría un plan especial para velatorios de mascotas, a precios razonables[9]. Otros, han lidiado con sus “muertos parados”, “muertos en moto”, “muertos boxeando”. Porque más allá de lo folclórico o morboso, cada ejemplo no es sino una muestra de cómo peleamos contra la pena, bregamos con el dolor y lo retamos a duelo.

Elogio a Estrella, una elegía, es “otra cosa”[10] con respecto a ese teatro que Peter Brook[11] definiera como mortal. El trabajo de Kairiana Núñez Santaliz (y los colabores Pepe Álvarez, Rafael Trelles) se sustenta en la liminalidad creativa: apertura hacia lo interdisciplinario, hibridación de teatro, música, danza y literatura. Experiencia plurisensorial que acoge las contribuciones de la bailadora de flamenco Juana de Arco, y el privilegio del empaste conseguido por las voces de Yarimir Cabán Reyes, Ana Carola Ausbury Villamil, Ileana Cabra Joglar, y Kianí Medina. El trabajo conceptual se sustenta en esa condición elemental del buen teatro: la de divertir. Y lo consigue una actriz sólida en su verdad escénica, que juega con las emociones del público: hace reír, conmueve, interactúa oportunamente con los espectadores valiéndose de su habilidad para improvisar. Núñez Santaliz entra y sale del rol, aportándole elementos a su actuación, sin perder el control de la puesta en escena; un desempeño digno del más sentido aplauso o -dada la ocasión luctuosa- el más escandaloso pésame.

Así la noche deriva en poemas y filosóficos renunciamientos, libaciones y memorias que se aderezan con los cantos de las damas enfundadas en sus blancos trajes. El baquiné toca a fin mientras el público se apelotona para salir a la calle, al adiós de esa cajita florecida. El auto que transportará por fin el sarcofaguito, se mueve con un sonido de latas amarradas contra el pavimento. La primera impresión es la de una macabra boda con la muerte, pero rápidamente desechamos la idea porque nos suena un poco cursi –sabinesca, frase hecha. Lo cierto es que los transeúntes de la Plaza de Río Piedras, o quienes esperan la guagua, miran con recelo el espectáculo. No saben que atestiguan el duelo repetido de una isla, la jodedera más grande del mundo y también el mayor dolor. No por el cuerpo que se va; ése se entierra y después puede suceder cualquier cosa: volverse polvo, resurgir como zombi, convertirse en potencia mediante un par de huesitos bien trabajados por cualquier mayombero y su nganga. No importa ya. Lo que vale es el hecho de enfrentar “la pelona”, mirarla a la cara y aceptar lo que no tiene remedio. Llorar no resuelve nada. Vale más afincarse al recuerdo, el amor, o a cualquier sentimiento que nos restituya la dignidad, y seguir adelante. Aunque mejor si lo hacemos juntos, porque definitivamente el dolor entre todos toca a menos. ¿Ése no es, acaso, otro posible paralelismo de esta isla que se repite?

 

 [1] Benítez Rojo, Antonio. La isla que se repite: El Caribe y la perspectiva posmoderna.  Barcelona, España : Editorial Casiopea, 1998.

[2] La de Benítez Rojo; disfrutando la amplitud de su expresión.

[3] Canción: Orden del día. Frank Delgado.

[4] Nada en contra de Marc Anthony; sólo un ejemplo.

[5] El Velorio, pintura de Francisco Oller.

[6] Laureano, Javier E. “Kairiana Núñez Santaliz y el performance femenino”. 80 grados.  5 de Noviembre de 2010, 11:01 am.

[7] Ídem.

[8] Bajtín, Mija¡l: Teoría y estética de la novela. Trabajos de investigación. Madrid, Taurus, Serie teoría y Crítica Literaria, no. 194, 1989 (1975). Traducción de Helena Krikova y Vicente Cazcarra

[9] Bárbara J. Figueroa Rosa. “Sepelio de perro Brownie trae cola”. Primera hora.com. 08/15/2013

[10] Hacemos referencia al Taller de Otra Cosa, espacio de desarrollo artístico y profesional de varios creadores puertorriqueños, entre los que se encuentra Kairiana Núñez.

[11] BROOK, Peter. EL ESPACIO VACÍO ARTE Y TÉCNICA DEL TEATRO. Ed. Nexos, Barcelona, 1994