¡SAAAAAALLLSSA!

Cultura


Tengo una musiquita para bailarla / Dale /

Esta es la guarachita que yo soneo suave

Soneo en Día Nacional de la Salsa

Era el fin de semana. Hacía sol; hacía calor, sin embargo eso no detuvo a miles de fanáticos del ritmo de congregarse en el Estadio Hiram Bithorn para la edición número 31 del Día Nacional de la Salsa. Para el calor, cerveza; para quemar las tennis, un elenco de bandas capaces de generar un ritmo digno de poner a un cojo a bailar guaguancó.

Fue difícil entrar, aún con el carnet de prensa sujetado por un cordel que llevaba alrededor del cuello. Había tanta gente que me fue difícil salir. No quería irme, pero lo tuve que hacer para escribir esto. Esta edición del evento se le dedicó a los “mulatos del sabor”, El Gran Combo, que cumple 51 años de existencia este año. Estaban las gradas repletas en este parque de béisbol, ya casi antiguo, pero lo verdaderamente candente se sentía en el terreno de juego, donde estaba la tarima, muchas parejas bailando y muchas personas gozando de la música de una forma más pasiva. Había jóvenes bailando. También bailaban los no tan jóvenes. Había gente bailando sola, incluyendo a este reportero. La encomienda era gozar al son de la musiquita, tal vez con uno o dos cervezas bien frías.

Doris, una de las entrevistadas durante la visita del Post Antillano al terreno de juego, dijo “ya yo estoy medio pasadita de libras pero le someto también. La cuestión es estar aquí. Esto es patria”.

El Post se encontró con por lo menos dos parejas que vinieron de Nueva York para el evento. Christopher, un joven de 26 años que nació y se crió en Washington Heights, dijo que desde hace cinco años no se pierde el Día Nacional de la Salsa. Este año vino para una luna de miel que se atrasó par de meses para coincidir con el evento.

“Aquí en el Día Nacional de la Salsa se baila bueno y todo el día”, dijo, por otro lado Jerry, que estaba cogiendo sol en una silla de playa. Al lado estaba su novia Moraima, quien Jerry admite le enseñó a bailar salsa. Es la segunda vez que viajan a la Isla para asistir al evento.

Anita tomaba su cervecita tranquila mientras miraba a los músicos en la tarima. Ella dijo, con algo de vergüenza, que no sabía bailar salsa, aunque ese baile tan antillano le encanta porque creció oyendo los discos de su padre, quien era aficionado a la salsa.

“La que baila es mi hija. Mírala”, señalando a una joven espigada que daba vueltas como un trompo frente a su pareja. “Ella es joven; ella puede”.

“Pero si esto no es cuestión de joven o no”, dijo Wigberto, un hombre de cabellera y bigote grises, que estaba oyendo la conversación. “Yo me lo vacilo como quiera”.

Wigberto hasta hizo unos señalamientos sobre cómo los jóvenes bailaban la salsa hoy en día. “Hay mucha vueltereta. Así no es; esto no es acrobacia. La salsa hay que sentirla. Tienes que ser una pieza con tu pareja.”

En el evento había varios quioscos de comida, incluyendo uno de paella, pero había comida para todos los gustos. Uno de los puestos de ventas más animados, localizado en el terreno de juego, vendía guantes con la bandera monoestrellada que cubrían todo el antebrazo.

Todo era movimiento contínuo. Semejante gentío no se ve en ningún evento deportivo, y al puertorriqueño le encanta el deporte. Como dijo Sammy, del embalse San José, con una sonrisa que no podía ser más amplia. “Aquí lo que hay es cultura. Esto es lo que nos gusta: una vida vaciladora”.

Lo único que se me ocurre escribir para ponerle punto final a este escrito es esa famosa frase del soneo de Maelo: “¡Ecuajey!”.


Foto: Facebook