(San Juan, 11:00 a.m.)  Diógenes Ballester, uno de nuestros artistas nacionales de mayor renombre tanto en la isla como en exterior, tiene un proyecto particular: reconquistar con arte la Playa de Ponce, lugar donde nació y se crió.  Alli ha fundado un centro cultural, el cual promueve en una galería su arte, sus artefactos religiosos y espirituales, y también sirve como centro de incubadora para otros artistas.  Se trata de un proyecto monumental, tal vez, poco reconocido a nivel nacional.

La Casa de Arte y Cultura de la Playa de Ponce, fue fundado en el 2004, por el propio artista, que ha ido subvencionando el mismo con la venta de su arte, y ha logrado construir un hermoso proyecto cultural. La casa se define a partir de dos mujeres, su esposa y su madre, quienes desde sus distintas perspectivas le dieron un valor profundo a la espiritualidad.

De ese junte de creencias y religiones, Diógenes Ballester promueve entonces el concepto de Arteología, un concepto que relaciona la memoria colectiva, la espiritualidad y el arte.  Este concepto, le ha permitido al artista, desarrollar e integrar a otras y otros artistas que están en la misma ruta que él, y donde el fin de lucro en la venta de arte, no es el motivo principal.

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Lionel Alejandro Santiago Vega (Ponce, Puerto Rico, 1981-) es poeta, interprete, gestor cultural y trabajador social. Estudió Trabajo Social (2009) en la Universidad del Este. Tiene a su haber dos poemarios publicados: Esquizofrenia momentánea (2014) y Microcosmos (2016). Santiago Vega ha contestado todas nuestras preguntas. Todas sus respuestas son para ser compartidas con todos vosotros.

1.1 Wilkins Román Samot (WRS, en adelante) – Hace algún tiempo publicasteis Esquizofrenia momentánea (2014). ¿De qué trata o tratas en este poemario y cómo recorres entre la literatura y la realidad o no ficción? ¿Cómo surgió la oportunidad de trabajarle?

1.2 Lionel Alejandro Santiago Vega (LASV, en adelante) – Dicho poemario toma como pie el poema del mismo nombre. No es tanto una exploración del tema de la esquizofrenia como patología si no un juego de palabras con su etimología (mente dividida). Dado que la idea abre espacio para muchas cosas, decidí hacer de este libro un collage de poemas, narrativas breves y algunas notas sobre situaciones del diario vivir. Se trabajó de forma independiente y con bastante celeridad pues estaba recién divorciado y uno de mis sueños tronchados durante esa relación era la de publicar un libro por lo cual necesitaba probarme a mí mismo que podía hacerlo y hacerlo en mis términos.

2.1 WRS –¿Qué relación tiene Esquizofrenia momentánea con vuestro trabajo creativo anterior y hoy?

2.2 LASV – La experiencia de trabajar ese primer libro fue una gran escuela que me ayuda mucho a la hora de conceptualizar los siguientes trabajos. También me dio la oportunidad de experimentar sin miedo. Algo que sigo haciendo en mis ejercicios literarios, aunque no todo sea publicable.

3.1 WRS – Si compara su crecimiento y madurez como persona y escritor, ¿qué diferencias observa en su trabajo creativo o no inicial con el de hoy?

3.2 LASV – Esa pregunta siempre es difícil. Cuando se ve frente al espejo a diario es difícil notar cambios en uno. Asumo que ahora escribo con menos miedo a la opinión de otros. También me he puesto a practicar un poco de narrativa. No obstante, creo que debo atribuir estos cambios a la influencia de otrxs escritores más que la lectura de mi trabajo previo. En el 2020 comencé un podcast, titulado Pa que digas algo, donde toco temas de arte, cultura y temas sociales. En este, converso con personas que trabajan otras artes que no practico lo cual me expone a otras influencias que de otra forma no habría tenido.

4.1 WRS – Lionel, ¿cómo visualiza su trabajo creativo con el de su núcleo generacional de escritores con los que comparte o ha compartido en Puerto Rico y fuera?

4.2 LASV – Sin fingir humildad, me veo como una nota al calce de la literatura en nuestra isla. Hay demasiado talento como para pensarme como una voz influyente en nuestra poesía. Por un lado, puedo identificar más la influencia del talento que me rodea que mi influencia en el trabajo de otras personas. Por otra parte, creo que es más importante el trabajo que he hecho para crear espacios donde otras personas se expongan, se conozcan entre sí y colaboren para expandir el alcance de nuestro trabajo.

5.1 WRS - ¿Cómo concibes la recepción a su trabajo creativo dentro y fuera de Puerto Rico, y la de sus pares, bien sean escritores de narrativa u otro género?

5.2 LASV – Agraciadamente la respuesta, tanto del público como de autores y otros artistas, tiende a ser sumamente positiva. Incluso, las críticas de mayor voracidad vienen de mi círculo y es porque así lo pido; por ejemplo, en ocasiones cuando estoy trabajando un manuscrito a publicar pido que lo lean “como si yo les cayera mal” para que no sean amigos leyéndome si no críticos buscando que señalar.

6.1 WRS – Sé que vos es de Puerto Rico. ¿Se considera un autor puertorriqueño o no? O, más bien, un autor de literatura, sea esta puertorriqueña o no. ¿Por qué? José Luis González se sentía ser un universitario mexicano. ¿Cómo se siente vos? ¿Ponceño?

6.2 LASV – Siempre parto del Microcosmos, incluso si es para hablar sobre el macro. Soy un varón cis, afro boricua con ciertas limitaciones físicas, cristiano, de izquierda y del sur boricua. Ponceño definitivamente y sin disculpas. Luego viene todo lo demás.

7.1 WRS – ¿Cómo integra su identidad étnica y de género y su ideología política con o en su trabajo creativo?

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(San Juan, 9:00 a.m.) En 1898 al cumplirse 100 años de la invasión norteamericana a Puerto Rico dimos a conocer uno de los episodios más significativos de la llamada Guerra Hispanoamericana. Se trata de la Batalla del Asomante del 12 de agosto de 1898, que de ningún modo debe pasar inadvertida por la conducta valerosa de las fuerzas españolas y de voluntarios que bajo el mando del capitán puertorriqueño Ricardo Hernaíz obligaron a retroceder a las tropas del comandante Lancaster, el mismo día que se firma el armisticio en Washington.

    Dejamos claro, sin embargo, que, al resaltar la resistencia de la invasión norteamericana, no queremos que se tome como exaltación o adulación al decadente imperio español ya en franca retirada histórica. Aibonito precisamente vivió en carne viva el terror de los “compontes” en el año terrible del ’87. Fue desde allí que el general Romualdo Palacios, a la sazón gobernador militar de la Isla, desató la más feroz persecución y tortura contra los que luchaban para despertar la conciencia nacional puertorriqueña.

    Palacios llegó a la Isla el 2 de marzo del “ano terrible” de 1887 a bordo del vapor Isla del Cebú. Para este, cada criollo era un traidor potencial, un ente de sedición y rebeldía que era merecedor de trato especial para componerle. De ahí el nombre de Componente. Esta palabra del vocabulario de los cubanos describía la política de corregir, o componer; se componteaba a los acusados sometiéndoles a innumerables torturas.

    Instituyó este régimen mediante una proclama que emitió el 5 de septiembre de 1887, una orden represiva que impulso desde del pueblo de Aibonito, en las montañas de la Cordillera, donde estableció sus cuarteles porque desde allí dominaba las ciudades de Juana Díaz y Ponce, cuna de los liberales y autonomistas.

    El liderato autonomista sufrió allanamientos nocturnos. Eran sorprendidos en sus hogares mientras dormían y conducidos atados de las colas de los caballos hasta la cárcel, en donde, a consecuencia del cepo, la tralla, los latigazos, las amenazas de confiscación de bienes y otras torturas nocturnas inhumanas obligaron a los cautivos a confesar los actos delictivos no cometidos. (Antonio S. Pedreira. El año terrible del 1887, 3ra. Edición, San Juan, 1948.)

    Tampoco queremos hacer historia parroquial, sino demostrar que aquí hubo resistencia. No la que Betances anticipaba, pero la suficiente para echar abajo los sentidos de impotencia colonial que quieren transmitir los detractores de nuestra patria. Los mismos que han querido tergiversar la historia con sus absurdas tesis de la invasión por “invitación”.

     La organización militar de España en Puerto Rico, cierto es, probó ser en extremo débil y la voluntad de resistencia de algunos oficiales quedo desamparada. La tanta veces invocada lealtad puertorriqueña, a las instituciones españolas se había esfumado.

    Lo anterior lo confirma el testimonio que recogió en 1937 la hermana de la afamada escritora Clara Lair (Angela Negrón Muñoz) del alcalde aiboniteño don Fernando Pont Zayas:

    “Fui  teniente de voluntarios en la época de España, pero como medida de precaución, antes de que desembarquen por el puerto de Guánica las tropas americanas, presenté mi renuncia con carácter irrevocable, ante el capitán don Antonio Manjón. Con esta actividad discreta, me evité el tener que pasar después por el mal rato de un embriscamiento, que siempre estaba algo flojona, sobre todo en entrenamiento militar. Ni con descargas cerradas lograban dar en el blanco. Al estallar la guerra hispanoamericana había en Puerto Rico mucho entusiasmo por la causa de España y la opinión general era que los tocineros del norte saldrían derrotados en la contienda por no tener una buena preparación en el arte bélico. Sobre este particular yo tenia mis reservas mentales y creía lo contrario de los demás, porque precisamente por ser los yanquis, los dueños del tocino y de la manteca con seguridad caería del lado de ellos el sabroso fruto de la victoria. Y así fue.” (Angela Negrón Muñoz. Aibonito. Puerto Rico Ilustrado. Número 114, págs. 16 y 17).  La voluntad de resistencia de algunos oficiales había quedado desamparada. Así le ocurrió al capitán José Torrecillas en las cercanías de Hormigueros. Torrecillas, que se batió con bravura en Hormigueros, pedía en vano refuerzos que nunca llegaron, y cuando en un gesto de desesperación, estaba dispuesto a cargar la bayoneta, mediante una treta, fue sacado del lugar de combate por el comandante Jaspe y el capitán Huertos. (Ángel Rivero Méndez. Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico. Plus Ultra Education Publishers, Inc. Págs. 304-312).

    Como había previsto Agustín Morales (de la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubana), muchos voluntarios desertaron y con la excepción de las acciones de la Batalla del Asomante, del combate de Guamaní, de las guerrillas de Juancho Bascarán en el Guacio y su litoral; y las partidas de Águila Blanca “José Maldonado” y Rafael Colorado que echaron su suerte junto al ejercito español, no hubo mayor resistencia. (Juan Manuel Delgado, Juancho Bascarán, una experiencia guerrillera del 98 en Puerto Rico. Santurce, Ediciones Hechos, 1976; y Rivero Méndez, págs. 201-203).

    En muchos pueblos escribe Cruz Monclova – las tropas norteamericanas fueron acogidas con cooperación, “pero no siempre alcanzaron tan cordial recepción. Pues se en distintos pueblos sendos grupos de individuos recorrían el lugar enarbolando la bandera de la Junta Revolucionaria de Nueva York y vitoreando la independencia de Puerto Rico, entre otros, como en Fajardo, las fuerzas de invasión fueron objeto de repetidas pedreas”. (Historia de Puerto Rico, III, Tercera Parte, págs. 219-223).

    También fue el caso de Utuado, en el sector Cuba, donde los habitantes atacaron con palos y piedras a los soldados del capitán MacDowell, dejando casi muertos a unos cuantos. Estos estaban ya advertidos por el mismo alcalde Don Ramiro Martínez, pues los soldados trataban de abusar de mujeres de familias respetables. (Pedro Hernández Paraliticci, Utuado: Notas para su Historia, San Juan, 1983 y Julio Tomas Martínez. Crónicas Intimas de la Guerra del 1898, Arecibo, Puerto Rico 1946).

    Vale señalar que el entusiasmo general si bien parecía mayoritario, no fue unánime y que, como apreciara Miguel Meléndez Muñoz, “no falto tampoco la actitud noble y correcta, de quienes mantuvieron cerradas con altiva dignidad las puertas de sus casas al paso del ejercito invasor o quienes, alineados en las aceras, los vieron pasar en silencio.” (Rivero Mendez, pag. 322.  Vease además,  Karl Stephen Hermann, From Yauco to Las Marias. Badger and Co. Boston, 1900. Pags. 32, 68-69).

    Consideramos exagerado llamar “desfile” a la campana militar de Puerto Rico en 1898. Si bien fue una conquista rápida, pretender describirla como un paseo (como lo hacen los historiadores norteamericanos A. Nervins y Henry Steele) es faltar el respeto a la memoria de los hombres que murieron o derramaron su sangre en ella.

    Ciertamente heroica fue la conducta valerosa de las fuerzas bajo el mando el capitán puertorriqueño Ricardo Hernaiz, que obligaron a los norteamericanos a retirarse. En esa acción murieron dos soldados, hubo dos oficiales y tres soldados heridos, todos norteamericanos.

    Tampoco debe ignorarse la heroica muerte del comandante español Rafael Martínez Illescas en Coamo, donde cayo también en combate contra los norteamericanos, el capitánpuertorriqueño Frutos López (Rivera Méndez, págs. 241-249), que durante la invasión se paseo a caballo frente a sus tropas por lo menos seis veces, exponiéndose a los disparos que le hicieran sin interrupción por espacio de una hora, hasta caer muerto. Viendo que la derrota era inevitable y entrando la rendición personalmente inaceptable, vio en su propia muerte la salvación de la vida de sus hombres. “Su muerte fue la de un héroe”, reconoció un capitán estadounidense. (Rivero, Ibid).

    “Porque la muerte del héroe no es suicido ni aun autosacrificio; es la mostración del deber ciudadano en su máxima expresión de moralidad. Por la muerte del héroe se reafirma su verdadera humanidad. El héroe es héroe porque asume la responsabilidad de todos los indiferentes”.

 

El Testimonio de un Combatiente de la Resistencia a la invasión, en la Batalla del Asomante del 12 de agosto de 1898

El Testimonio de un miliciano en las Trincheras  

    Un testimonio escrito por Antonio Blanco Fernández y fechado el 4 de septiembre de 1910, quien combatió en las trincheras Alturas de Colon y el Cerro Gervasio del Asomante da cuenta de las vicisitudes y las condiciones angustiosas en que se resistió la invasión norteamericana en el Aibonito de 1898. La narración es parte de una compilación de trabajos en prosa y versos de la Sociedad de Escritores y Artistas de Puerto Rico que se publicó en 1912 con el título de Plumas Amigas (Compilación de la Sociedad de Escritores y Artistas de Puerto Rico, Tip. Cantero, Fernández & Co., Inc., San Juan, Puerto Rico).

    Los trabajos de esta temprana antología de la literatura puertorriqueña, incluye lo más excelso de la intelectualidad de la época. Declara su prologuista Cayetano Coll y Toste, su interés por que el idioma nuestro sea prenda de desenvolvimiento histórico;

encarnación de nuestro modo de ser, que mientras lo conservemos podemos aspirar a defender nuestra personalidad étnica. Pueblo que tiene idioma propio no puede sucumbir, si defiende.” (Coll y Toste, diciembre de 1911).

La importancia de Antonio Blanco Fernández como escritor, va más allá del cuento Desde la Trinchera, pues fue autor de libros y publicaciones de mayor importancia como Alma Puertorriqueña, Primer Premio Medalla de Oro en Certamen de 1908, Ibérico, (1912-13), Revista Ilustrada de Literatura; Memorias de un Indiano, (1922), España y Puerto Rico, (1930), y consecuentemente colaborador de la prensa escrita puertorriqueña entre los años (1919-1929).

    Su significación en las páginas de la Historia de la Guerra Hispanoamericana, tienen que ver con su participación en el Batallón Provisional Núm.  de voluntarios y sus narraciones testimoniales antes de que su amigo Ángel Rivero, lo hiciera en 1922 con su famosa Crónica de la Guerra Hispanoamericana en Puerto Rico. Aunque se limita a relatar ligeras impresiones de su vida, sus testimonios revelan la importancia estratégica que se le asignaba a Aibonito y al área central de la Isla, así como la participación de voluntarios puertorriqueños y extranjeros en los Batallones Provisionales y del Principado de Asturias. Este último había estado en Cuba y tomo parte activísima entre los elementos de fusilería que defendieron las posiciones de El Morro, el día del bombardeo, 12 de mayo de 1898. Luego este Batallón Principado de Asturias, se ocupó de la resistencia a la invasión norteamericana en Aibonito junto al Batallón Cazadores de la Patria que combatieron heroicamente en Coamo.  

    En Memoria de un Indiano, Antonio Blanco Fernández, teje crónicas, impresiones de vida y cuentos amenos y sencillos. Como admirador de la obra de José de Diego, a quien le dedica el escrito “De Diego, era de Sándalo (pp. 67-71), se afirma en la necesidad de transmitir sus íntimos y nobles sentimientos a nuestra tierra. Blanco Fernández, fue sobrino de Manuel Fernández Juncos, que en el 1898 fungía como el secretario de la Hacienda Pública  del Gobierno de Puerto Rico. Sus recuerdos de la Guerra Hispanoamericana están contenidos – además del cuento mencionado arriba Desde la Trinchera, en relatos como ¡Iban a fusilarme!, El ultimo cañonazo en Aibonito; Lista de Rancho y el Capitán Aguado; Los huevos de Barranquitas, El Milagro de las Cruces, La entrega del mando, A Cenar con una partida de sediciosos.

    En El último cañonazo en Aibonito, Antonio Blanco Fernández, narraba lo que supimos por la crónica de Ángel Rivero, sobre el desarrollo de la resistencia al ejército de invasión en Aibonito, el día 12 de agosto de 1898, en las posiciones del Asomante, de la Alturas de Colon y del Cerro Gervasio. Lo que nos aporta Blanco en su relato, es que formaban el Estado Mayor algunos puertorriqueños, entre ellos los Capitanes Carlos Aguado y Ricardo Hernaiz. Confirma, además, las limitaciones de pertrechos y armas y la valerosa conducta de estos oficiales en la defensa del Asomante:

    “No había más de dos pequeños cañones de una Sección de Artillería de Montana, uno de los cuales fue desmontado enseguida por un certero disparo del enemigo. El bravo Capitán Lara (quien según tenemos entendido ascendió por aquella acción a comandante) dirigía, trepado sobre una de las más altas trincheras, los disparos de la fusilería. Y eran tan exactas sus órdenes, que cada vez que disparaban una sección, solo se escuchaba un fogonazo. Las trincheras habían sido consumidas por nosotros, con la debida antelación. (El último Cañonazo en Aibonito en 1922, pp.101-106.)

Publicado como introducción al cuento originalmente en la Revista América de la
American University en mayo de 1999.

Desde la Trinchera: Cuento Testimonial de Antonio Blanco Fernández

    Anochecía… Por un suave repecho contiguo a la vereda, larga y a veces fatigosa, que se dilata desde la Carretera Central hasta el pintoresco pueblo de Barranquitas, y por el sitio denominado Alturas de Colon, subía paciendo, libremente, un caballejo blanco, lleno de mataduras y miseria desde el mezquino raba a la cabeza.

    Cansado yo de recorrer aquel monótono paisaje, a ratos distraía la visual hacia el sitio donde estaba el caballo o mejor dicho, aquella ruina abandonada a la inclemencia de los tiempos y a las necesidades más atroces, pues que siempre pacía en el mismo reducidísimo predio donde ya no quedaba más tierra y muy raras plantas salvajes.

    Sin embargo, ha de tenerse en cuenta que por aquella jurisdicción no había de haber entonces nada medianamente comible, porque hasta los mismos gatos peligraban. La sufrida tropa española estaba obligada al mísero cotidiano rancho, porque los extras no acababan de llegar por aquellos contornos, entonces ocupados por varias compañías de cazadores, que esperaba a que los invasores se decidiesen a escalar el peñón del Asomante.  

    Componíase la escasa menestra de unos centenares de habichuelas bailadoras, de estas que jamás bajan al fondo del puchero; ¡más duras que los balines del Mauser!...

    El arroz solía aparecer de cuando en cuando en los barrenos de zinc, y las patatas no se dignaron visitarnos hasta que regresamos a Cayey. Allí ya nos daban el pan de cada día, que era mucho decir porque allá en las trincheras es el pan de un verdadero contrabando solamente lo comía el que se decidía a adquirirlo con su propio peculio y a escondidas de los severos oficiales.

    Lo que si había en abundancia eran galletas duras y mohosas, de las que tuvo el gobierno preparadas para la escuadra española…que no vino.

    La densa bruma de la tarde lluviosa iba invadiendo lentamente los empinados cerros de Aibonito y la Verdeante espesura de los bosques vecinos.

    El caballejo blanco afectaba la forma de un brochazo en el fondo de la campiña desolada. Al principio semejaba albo panal tendido en el ribazo; luego fue transformándose en leve mancha cenizosa, y poco después quedo anulado por el tupido cortinaje de la noche.  

    Un toque de cometa vibro en los aires, plañendo, cuyo eco resonó los confines del valle y fue a la vez repetido por las múltiples lomas y montes y breñales, extinguiéndose luego en las oscuras lejanías.

    El Cabo de guardia recorrió la trinchera con un nutrido grupo de soldados, practicando el relevo. Dos horas tócome  entrar también en aquella honda trinchera, que parecía una sepultura, abierta por nosotros y quizás para nosotros mismos.

    Transcurridas dos horas de ordenanza, tuve que permanecer otras dos custodiando los pertrechos de guerra que teníamos bajo improvisado conuco, hecho de verdes pencas de palmer, dentro del cual también entraba el agua a chorros.

    Después de las cuatro horas de servicio, que era el tiempo ordenado, tuve dos de descanso, y a las dos de la madrugada despertabame nuevamente el mismo cabo para conducirnos otra vez a mi sitio anterior, o, mejor dicho, a mi entierro transitorio.

    El agua caía, caía repiqueteando en las hojas del mísero conuco y sobre nuestros desfallecidos cuerpos; zumbaba sordamente el tenaz ventarrón, helándonos la sangre.

    En aquella trinchera estábamos, metidos hasta el cuello, dieciséis centinelas que parecíamos dieciséis inmóviles, tocones…Ni se podía fumar, ni respirar apenas.

    Aquel silencio lúgubre, absoluto, donde había tantos hombres enterrados, semejaba el de los medrosos cementerios.

    A ratos aparecían algunos fuegos fatuos, que surgía de entre las ramas del inmediato bosque. Recordaba, al verlos, las leyendas que había escuchado allá en mi hogar, en las gratas veladas de las noches de invierno….

    Mis cariñosos padres, me decían que más de los seres en pena. ¡Y a mí se me erizaban entonces los cabellos, como al feliz creyente…!  dichosa edad que únicamente vuelves en forma de recuerdo para hacer más penosa la jornada de esta picara vida! ....

    Pensando yo en estas cosas y en mis queridos padres, que ya en aquel entonces no existían en la tierra evocando las horas y los felices días de mi lejana infancia, cuando tanto me impresionaban las raras lucecillas al verlas salir del cementerio o de los sitios pantanosos, note que hacia mi sitio se aproximaba un punto negro…

    Como no era todavía la hora del ansiado relevo, supuse que sería el visitante alguno de los Cabos o el Sargento que vendría a pedirme el Santo y Sena o la Consigna. Estaba en un extremo de la trinchera, sitio el más peligroso y expuesto a los ataques, por sorpresa del enemigo.

    El ignorado visitante seguíase acercando muy cautelosamente, embozado hasta los ojos en su capote negro. Yo permanecía como una estatua envuelto en mi gruesa manta que había comprado en la capital de la isla a uno de los voluntarios que llegaron de la Republica de Argentina, de paso para Cuba.

    Permanecía como una estatua, con el brazo derecho apoyado en el extremo superior del cañón del fusil, y la siniestra sujetando el cuchillo del Mauser, el cual tenía  envuelto en parte de la manta, con el fin de evitar que se enmoheciera con los efectos del agua.

    La fantástica silueta llego, por fin, tocándome el hombro con la punta del sable.

    Yo continúe impasible, como petrificado, pero sin experimentar efecto alguno que me sacara de aquella inmovilidad absoluta. Los músculos estaban entumecidos por el frio excesivo, el agua y el cansancio y como yo estaba cumpliendo mi deber y tenía mi conciencia tranquila, a nadie ni a nada le temía.

    “Oye-me dijo el embozado, en voz muy baja y casi juntando su cara con la mía, - ¿estas durmiendo? – ¿Creo que no – respondí fríamente – no duermo de pie, como lo pájaros…? Mira que soy el capitán y ni me diste el “quien vive” ni preséntate el arma”. Pues aquí esta – replique yo – sonando con la diestra la caja del fusil y agregando el consabido, “no, no hay novedad, mi capitán”, … “Bueno está bien – mascullo el – haciendo una pequeña pausa, continuo, “Escucha, ¿ no tienes por ahí algo con que calentarme las tripas, porque hace un frio de mil demonios? … - ¡Una bala! …iba yo a contestar, pero me arrepentí, y echando mano a la pequeña damajuana, cuya cabida no llegaría a medio litro de anís mallorquín que me había enviado mi hermano Manuel desde Rio Piedras, y la cual damajuana venia provista de una estrecha correa para colgarla del hombro, la aproxime a los sedientos labios de mi jefe, en tanto que este glosaba un poema de satisfacciones, bendiciendo la hora en que Dios, todo bondad, había echado por allí cosa tan exquisita.

    El riquísimo néctar sonó por breves instantes en sus fauces resecas, como un chorro de agua cristalina al resbalar por la grisácea roca.

- ¡Superior! …!Superior! … ¡Bendita sea Mallorca! prorrumpió el digno jefe de aquel destacamento, pasándose el dorso de la mano derecha por el húmedo hocico…” – Hasta luego, hasta luego y ten cuidado por ahí, que no se acerque nadie agrego el satisfecho Capitán, perdiéndose en seguida en la profunda obscuridad de aquella noche tempestuosa.

 

    Como a los diez minutos de haberse desarrollado esta graciosa escena entre el Capitán de aquella fuerza y el recluta, procedente del “Instituto de Voluntarios” en esta Isla, aparecieron simultáneamente dos sombras que venían en la misma dirección que la anterior trinchera adentro, y chapaleteando agua como si vadearan algún rio.

- ¿Otra visita? Dije para mí – creyendo que alguien le habría olido el aliento al Capitán…
- Los visitantes eran un Cabo y un soldado – “Vamos a ver – me interrogo el primero, en tono algo despótico - ¿Qué es lo que te sucede?”

    Me quede perplejo, sin saber a qué venia aquella necia pregunta, “Pues aquí me mando el Capitán con este número para que te relevase enseguida. Me dijo que te sentías algo indispuesto y que así se lo acababas de advertir ahora mismo… Que te llevara a la tienda de campaña, donde está el y los demás oficiales…

   

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(San Juan, 1:00 p.m.) Ha transcurrido más de medio siglo desde la muerte de Juano Hernández y es importante recordarlo pues este extraordinario actor puertorriqueño no ha recibido el reconocimiento que se merece.

Salvo Jacobo Morales que le dedicó su primera película Dios los cría, Julio Torresoto que coescribió con él el guión de un film que no se ha hecho sobre Sixto Escobar y Miluka Rivera que escribió un magnífico libro sobre su vida y su carrera, no han sido muchos los que siguen recordando su brillante trayectoria en el cine norteamericano.

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(San Juan,  10:00 a.m.) Entre los tesoros que la vida me ha regalado uno de ellos ha sido nacer y vivir en un pueblo de la montaña conocido con el nombre de Cayey. Pretendemos realizar una serie de escritos en donde compartamos datos significativos de nuestro pueblo. El motivo de estos escritos es dar a conocer que nuestro pueblo está de fiesta, ya que cumple 250 años de fundación Son muchos los significados del vocablo, Cayey entre ellos se destaca que proviene de la Sierra con el mismo nombre y significa en arauco “un lugar del agua”.

Este es conocido como “La Ciudad del Torito”; o “La Ciudad del Coquí” es tesoro en región Montañosa de Puerto Rico. Con una rica historia, hermosos paisajes y una cultura vibrante, Cayey se destaca como un tesoro escondido en la isla caribeña.

Cayey tiene una historia fascinante que se remonta a la época precolombina, cuando los taínos habitaban la región. Sin embargo, fue en 1773 cuando se estableció oficialmente como municipio. Durante el siglo XIX, Cayey se convirtió en un importante centro agrícola, especialmente conocido por su producción de café y tabaco. Muchos recordaran el café Torito y otros tienen o tuvieron familiares que trabajaron o trabajan en la Consolidated Cigar.

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(San Juan, 12:00 p.m.)  No es fácil acostumbrarse a la ausencia de amigos queridos como David Ortiz fallecido hace 9 años.

Conocí a David cuando actuó con mi esposa Estela de la Lastra en la obra Un sabor a miel de Shelagh Delaney en los años 60. Desde entonces nos unieron grandes lazos de amistad, como evidencia esta dedicatoria en su primer poemario La soledad es una flauta perdida en 1977.

Por aquellos años hicimos un recital de poemas de jóvenes autores puertorriqueños en La Tea, otro con el inolvidable Miguel Angel Suárez para darle la bienvenida a Ernesto Cardenal en la Tahona en la histórica esquina de las calles Sol y Cruz del viejo San Juan donde vivió Don Pedro Albizu Campos, y un tercero convocado por el entrañable amigo José Enrique Ayoroa Santaliz en el teatro La Perla de Ponce en 1985.

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[Nota del editor:  Palabras vertidas por el autor en ocasión de la presentación de la novela La Reina Insular, presentada en Casa Norberto, el pasado 25 de julio de 2023]  

(San Juan, 9:00 a.m.)  Hoy 25 de julio se conmemora un día de mentiras, embustes, bulos, engaños, encubrimientos, tapaderas, falsedades y fraudes. Hoy es día de paquetes oficiales. Un 25 de julio del horrible año político del 52, nos cambiaron el guion de la película de nuestra historia. Lo transfiguraron, lo reescribieron, lo alteraron, lo transmutaron y lo oficializaron. Los que nacimos cerca de esa fecha, un poco antes, poco, recibimos formalmente, con indignación y coraje reprimido, las nuevas enseñanzas de los que, para mantener el poder, lo cambiaron todo para que no se alterara nada: gatopardismo puro y desesperado. Y comenzó el rodaje.

Antes del año 52, ya habían hecho algo similar, pero no tan igual, que no es otra cosa que un poco distinto. Ese tiempo anterior fue de gateos, de aprendizaje y observación para aquellos que posteriormente se encargarían de maquillar, camuflar e intentar disfrazar con mentiras la historia, la de verdad, la constatable, la vivida, la objetiva, no la impuesta o interpretada. No es cierto que la historia es relativa –maldita palabreja–. Lo será en la medida en que la aceptemos como quieren los que la fabrican.

El tergiversador podría intentar cambiar lo que pasó por allá lejos, por otros confines, pero no debe pretender engañarnos con lo nuestro, con lo que nos queda más cerca. El que cambia lo ocurrido para engañar puede ser uno de esos personajes listos que todos conocemos –como lo son las ratas–pero de patente indigencia mental. Así no es que es. La hambruna de poder no puede ser tan despiadada y cruel como para querer alterar nuestras verdades más evidentes.

Los tergiversadores e inventores de historias creyeron que eran los únicos que podían cambiar lo ocurrido por lo que a ellos les interesaba que creyéramos que había ocurrido.

Pobres infelices que no contaron con nuestra astucia, como diría el famoso personaje. Los que nos enseñaron que el indio era vago, inútil, los que nos dijeron que nos descubrieron o encontraron como si estuviéramos perdidos, los que nos cambiaron una invasión por una llegada, los que nos hablaron de soberanía en vez de soberanos, los que hablaron de pacto en vez de asalto e imposición, los que se refirieron a terroristas en vez de héroes, los que creyeron que éramos una yola y que remando hacia el norte nos sacarían del Mar Caribe alejándonos de nuestro mundo natural, se han topado con tamaña sorpresa porque con trabajo e investigación como el de Daniel Nina, hemos desambiguado el enredo que han hecho con nuestra historia.

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(San Juan, 11:00 a.m.) En la semana de la Barbie manía decidí que no me uniría a ella, solo por estar en otro mood que no es  rosa. Por eso seleccioné la película, To end all war Oppenheimer and the atomic bomb. Claro esta es un documental con un tema histórico y esos temas me llaman la atención. El film muestra la verdadera

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