La vi hace unos días. No la he querido comentar, pues creo que es una joya de película que confunde otros asuntos, y nos deja a todos maltrechos y maltrechas, pero es una joya de película.  No por eso, no puedo hablar de la misma. Usted, ¿qué está mirando?, como diría Residente en La Perla, debe irla a ver.  Dale que se acaba el tiempo.

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Ya lo dije, y me reitero: Steve McQueen es un director de cine a seguir.  De origen caribeño, entre Grenada y Trinidad, nacido y criado en Londres, Inglaterra, y casado con una mujer holandesa, con la cual tiene dos hijos, este talento establecido dice cosas que hay que prestarle atención.  Hay que seguirle, como se le siguen los pasos a otros actores y actrices, como Michael B Jordan, Jordan Peele, y Lupita Nyong´o.  

McQueen promueve el desarrollo de la historia de la comunidad afrodescendiente en Inglaterra.  Esto lo hace en la serie de televisión Small Axe, la cual aborda capítulos sobre distintos aspectos de la vida de los inmigrantes caribeños y africanos, a suelo británico.

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Esta película la vi, luego de haberme sentado a ver otra película americana. Al final, me vi llorando por la historia del pueblo americano. Hollywood es propaganda.  Pero no es tan sencillo decir esto. Es propaganda en torno al nacionalismo americano.  El pueblo americano, así como su gobierno, es muy nacionalista. Es una pena que no coincidamos en la razón de ser del mismo, pero no puedo dejar de reconocerles que cada película que veo proveniente de dicho país es una exaltación a su nacionalismo.  Ellos en su salsa y nosotros en la nuestra. Seamos nosotros nacionalistas de la Patria Boricua.

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Tengo que decir, que la peor idea es sentarme frente a un televisor a ver “cine” , y combinar dos o más películas en una tarde de Viernes Santo.  Es lo peor, pues más allá de a claustrofobia, está el tema que al ver más de una película de corrido, uno descubre el peso colonizador de la industria de cine de los EE.UU., lo que uno llama popularmente el cine de Hollywood.  El rol de Hollywood es colonizar a uno y reproducir una lógica colonialista.

Con ese preámbulo me siento a ver la película Concrete Cowboy (Dir.  Ricky Staub, EE.UU. 2020). Realmente hablando, es una historia fascinante de la cultura popular afroamericana, en la cual, y a partir del legado de la esclavitud, la Guerra Civil americana, y las leyes racistas Jim Crow Acts, los negros y negras urbanos desarrollaron caballerías en los centro de las ciudades para promover un sistema de transportación de carga con caballos.  Esto los mantenía “ocupados” y con un trabajo, para evitar que las múltiples leyes de segregación los victimizaran todavía más.

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Se trata de un filme bonito, que introduce un tema clásico: la justicia.  La justicia como un relato contado a partir de un interlocutor no tradicional: el joven coacusado que descubre lo compleja que es la justicia, y donde en todo momento, éste indica que no fue parte de un asesinato. Simplemente un sujeto de a pie, que por allí pasaba. Que por allí pasaba, tan sólo así, tan sólo pasaba.

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A André y Barbara Shervington

Cuando llegué a Londres, a vivir y a estudiar en el 1986, lo hice cargando a cuesta un bulto tipo gusano, color verde. En ese iba todo mi capital: unos pantalones, un traje de vestir formal, y varios pares de zapatos.  Cuando me fui de Londres, cinco años despues, no llevaba a cuesta ningún bulto, solo mis memorias.  En Londres conocí el mundo, pero en particular conocí a este inmenso Caribe, compuesto de una infinidad de tierras-naciones, las cuales expandieron mi mirada de esta región.  Todas somos islas.  Todas somos islas repletas de gente extraordinaria.

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Por primera vez volví al cine en 13 meses.  ¡Qué sensación!.  Fui a uno de los pocos cines independientes en San Juan, y me senté ante una sala llena: 15 personas. Manteniendo el distanciamiento social, éramos el cupo máximo para esta película.  Pues bien, al instante quise salir y pedir el dinero devuelto.  Lo realista no era la pantalla gigante, sino mis vecinos y vecinas, que en cada masticada de palomitas de maíz, me volvían loco.

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Me contaba mi padre, Emiliano, cubano de nacimiento y cubano a la muerte, que según su memoria, Leónides Trujillo decía, que nadie se resistía a un maletín de $100 mil dolares. Es una anécdota que he escuchado en muchos sitios donde se habla de la dictadura de Trujillo y su capacidad de sobornar personas.

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