Me opongo a la censura. Sobre todo, la que por un lado promueve la primera enmienda de la constitución de los EE.UU., bajo el predicado casi absoluto de la libertad de expresión, y que luego sufre campañas sociales y otras, para censurar a uno o amenazarlo, como a menudo pasa contra El Post Antillano, reclamando sacarlo de circulación. Las ideas están ahí para debatirlas. Coincido o discrepo, pero no puedo pensar que por que las evado o las invisibilizo no existen.
Cuties (Dir. Maïmouna Doucouré, Francia, 2020) es un planteamiento novel. Como en su momento lo fue Moonlight (Dir. Barry Jenkins, EE.UU, 2016). Ambas películas presentan temas, desde un abordaje no blanco caucásico, sobre la sexualidad del hombre y la mujer negros o afrodescendientes. Si a usted le incomoda esto, hay mucho cine sobre la sexualidad del hombre y la mujer blancos que no les molesta, o de la sexualidad del hombre y la mujer negros, desde la mirada blanca. No es extremismo ni absolutismo. Es simplemente, como diría la Gayatri Spivak, “quien es el subalterno que toma la palabra”.
En el caso de Cuties, la directorea Doucouré, cineasta senegales-francesa, nos presenta la historia de los migrantes, en su caso del país de origen, Senegal, que llegan a Paris, y se insertan en la dualidad de las tradiciones del país de origen versus el país adoptante. Luego vienen los traumas de los hijos e hijas, que no entienden el choque cultural; y finalmente vienen los conflictos en torno a las prácticas culturales que aceptan en el nuevo país de recepción.