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Hace un año compartí la publicación de Universos con un reducido grupo de amistades. Sucedía que no había mucho tiempo para hacer algo más formal, pues en ese momento ocupaba la mayor parte del tiempo en distribuir mi biblioteca entre amigos y familiares, y entregar el pequeño apartamento que me dio cobijo en Santa Rita durante siete años. El tiempo disponible era escaso y las horas avanzaban. Aquel primer libro quedaba, junto a TestamentoCatarsis de maletas, como una muestra del viaje apalabrado, de la vocación y el oficio; como un regalo que quería dejar al País. Así que en su momento me regalaré un ‘bautizo’ como dirían los hermanos venezolanos, menos informal para los tres libros.

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Volver sobre toda la poesía de María Arrillaga es afincarse en la patria y en el viaje a un tiempo. La conocí en 1981, en el Taller de Poesía de la Facultad de Estudios Generales de la Universidad de Puerto Rico. Había entrado yo en la universidad en 1979 y me sentía una bala perdida entre Estudios Hispánicos y Literatura Comparada, mis dos concentraciones, sin haber podido dar con una profesora que pudiera entender del todo mi inquietud por la creación literaria.

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altPocos libros de interpretación cultural y literaria resultan tan enjundiosos como el que nos ofrece Myrna García Calderón con su texto Espacios de la memoria en el Caribe hispánico insular y sus diásporas, publicado por Ediciones Callejón en el 2012.

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Se trata de una idea que un grupo de jóvenes actores y actrices de Puerto Rico ha ido desarrollando a lo largo de últimos años el teatro de improvisación. Bajo el nombre colectivo: Liga Puertorriqueña de Improvisación Teatral (LIPIT), estos jóvenes e han juntado para producir risas y ocurrencias a partir de la improvisación. Para los que los hemos visto en más de una ocasión reconocemos su capacidad de actuación, su chispa creativa, y sobre todo su capacidad de sostener en escena la risa por largo rato.

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En el principio fue la mordida de la chágara en la pantorrilla de una joven mujer, a la vera de descubrirse indistintamente una con la crecida del río en su furia dadivosa para con el mar: “La cabeza metida en el reverbero negro de las rocas, había creído escuchar, revolcados con el sonido del agua, los estallidos del salitre sobre la playa y pensó que sus cabellos habían llegado por fin a desembocar en el mar” (Ferré 9). A la expulsión del paraíso de sensualidad sobrevino entonces la resignación ante las consecuencias nefastas del castigo, monumentalmente mítico: “vivir para siempre con la chágara enroscada dentro de la gruta de su pantorrilla” (Ferré 9).

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